29 de setiembre 2011, jueves.


Llovió mucho. Empezó de madrugada. Y el sonido del chaparrón, de la lluvia golpeando sobre los vidrios de la claraboya logró despertarme, lo que no es fácil. También sentí el ruido del viento; lluvia y viento, temporal. Me acurruqué bajo el acolchado y seguí durmiendo, y me dormí hasta media mañana. Me gusta quedarme en la cama los días lluviosos. Y cuando llueve prefiero no salir. Así que me quedé en casa.

Lo de la cacerola no es la primera vez que me pasa. Me pasa con el arroz, con los huevos duros, con alguna otra cosa que se deja hirviendo un rato para cocinar. Pero –hasta ahora- siempre llego a apagar el fuego antes de que se incendie algo. No sé qué pasaría si, por ejemplo, se siguiera calentando horas y  horas esa cacerola. Se fundiría? Supongo que necesita más calor. Del aluminio recalentado emanaría  algún gas tóxico. Una vez, hace años, cuando vivía en Rivera, puse a hervir como 10 litros de leche –de vaca con grasa, la odio- y me fui a dormir. Me desperté a las 3 de la mañana pensando en la leche. Quedaba un pegote muy oscuro en el fondo de la cacerola.