Se equivocó la paloma. Se equivocó de lugar, la palmera no era un lugar seguro para anidar. Hace tiempo que la persigo, no soporto las palomas –columbofobia, se dice- son sucias, transmiten las mismas pestes que las ratas y otras peores. Mi palmera ya estaba toda chorreteada de caca de paloma, igual que Artigas en la Plaza Independencia –salvando las distancias.
Hace tiempo que la persigo, le disparaba con una chumbera y lo único que conseguía era un remolino de plumitas en el aire. Esta vez, hubo un remolino de plumitas en el aire y después un golpe con rebote, amortiguado. Yaguá la estuvo olisqueando. Cuando salí de nuevo al jardín, solamente quedaban algunas plumas. Después del asesinato, cada vez que me veían, las tres palomas que quedaban huían volando. Deberían mudarse.
Al rato las escuché de nuevo. Salí subrepticiamente, apunté, disparé. Remolino de plumitas, y otra paloma cayó al pasto. Bis de la descripción anterior.
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Vino Jota desde la chacra y nos invitó a almorzar al Prado. Hacía años que no iba a La Rural. Estaba lindo, con el día primaveral. Almorzamos en el restaurante de Corriedale. Ellos comieron relativamente bien. Yo, horrible. Primero que quería comer cordero y no había. En Corriedale. Me decidí a pedir picanha, jugosa, y me trajeron dos pedazos. Uno estaba bien, y el otro seco. Pedí que me la cambiaran y me trajeron otro reseco. Una ensalada mixta (me ofrecieron de lechuga y tomate, mixta, completa o rusa) que era tres trozos de tomate y un poco de lechuga, puesto arriba del plato sin un poquito de amor. La lechuga tenía los bordes negros, un asco.
Y bueno.