01 de setiembre 2011, jueves.

Estuve cambiando algunas macetas de lugar. La primavera se nota en el jardín y hay muchas que necesitan estar al sol, otras que no les conviene tanto.
La pobre altea estuvo a punto de sucumbir este invierno, devorada por una horda de ratas hambrientas. Sofía se dio cuenta a tiempo y envenenamos a las rebeldes. No entiendo, hay una especie de código tácito con las ratas (no con las ratas de caño, esas ya tienen sus propios códigos y no los conozco), las ratas de jardín, las que aparecen en los jardines –tienen otro nombre, no lo recuerdo-  de  no se meten con las cosas de los humanos, intentan pasar desapercibidas –perfil bajo radical. A menos, supongo, que el hambre las ponga en una situación límite y les salga la rata salvaje que tienen adentro. Ahí te pueden comer un dedo, el cerebro, lo que venga. Bueno, en eso son parecidas a todos los animales, incluyendo los humanos. Los humanos son peores. Son los únicos que matan y torturan por puro placer. O mandan matar o condenan a una muerte lenta y miserable para encubrir y olvidar sus carencias.